Wednesday, April 19, 2006

¡Vivir... vivir!


Jacobo González de Miguel, 82 años, creía haber alcanzado por primera vez ese momento culminante de la vida en que por fin ésta termina. Aquel hombre no se hallaba en un lecho de dolor humedecido por la fiebre, ni con sus últimas canas adheridas al sudor de la nuca. Ni le abrumaba una de esas crisis respiratorias en que siempre soñó (en las peores pesadillas) que se marcharía la última molécula de su aliento. No ocurría nada de eso, no. Tan solo le embargó una placidez rosada y lenta que vestía de blanco, repentinamente, la imagen de todas las cosas que exploraba con sus alucinados ojos.

-¿Disfrutaste, amor mío? ¿Qué tal una bebida fría…mientras descansas?-… Era la voz de Rosaura (tendida junto a él) que seguía acariciándole los oídos con su aliento de seda. El cuerpo de ella se aferraba aún al suyo tras el camisón de flores escarchadas emanando un dulce olor a ciruelas verdes y a placer cumplido. Pero Jacobo ya no podía verla… el mundo se había cristalizado en aquella última erección mortal… Él frente a ella, incapaz de disociar, en medio de esa enmarañada mujer salvaje, los gestos de locura de aquellos más afines a la melancolía.

La ternura de ella, sin apenas proponérselo… siempre le había excitado… y excitado… de un modo irreprimible… Ya no tenía sentido aparentar. Se dejo llevar por primera vez, sin miedo, de la mirada de ella. De sus rojizas ansias.

En cuántas ocasiones había fantaseado junto a su amigo Aparicio sobre la idoneidad del momento de la muerte, dejando escapar burlones comentarios llenos de malicia: “en los brazos de ésa… en los pechos de aquella…” y ahí estaba ahora. Pensando que su tiempo se acababa. Que su vida eran aquellas gotas blanquecinas que ardían hacia ella, a la vez que brotaban tan placenteramente de su gastado cuerpo.

- No lo vas a creer, mi querida Rosaura… pero… por un momento, pensé morir de tanto placer, amor mío.

- ¡Adulador!


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(La fotografía, por supuesto, no la he hecho yo... si no un gran amigo al que saludo desde aquí)